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La estructura de nuestro cerebro tiene cincuenta mil generaciones de historia evolutiva, con sus propios éxitos de supervivencia. Por eso, no tenemos que sorprendernos si ante los eventos de la vida, respondemos instintivamente con recursos emocionales adaptados a nuestras necesidades.

De las emociones a los sentimientos, el neuropsicólogo Raúl Espert ha estudiado el cerebro desde hace muchos años. Y con sus reflexiones nace esta disección del cerebro emocional que ha realizado Laura Xerra en colaboración con el propio Raúl Espert.

De las emociones a los sentimientos

La emoción es un impulso que mueve a la persona a actuar, la raíz etimológica de la palabra viene del latín e-movere”, es decir, “ir hasta” que al final se resumen en: ataca, escapa o lucha.

Cada uno de nosotros viene equipado con unos programas de reacción automática o una serie de predisposiciones biológicas a la acción, sin embargo, nuestras experiencias vitales irán modelando con los años ese equipaje para definir nuestras respuestas ante los estímulos emocionales.

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El troncoencéfalo es la parte más primitiva del cerebro y la que regula las funciones básicas como la respiración, el latido cardíaco o el metabolismo.

Inmediatamente por encima del tronco está el sistema límbico, sede de las emociones, gracias a las que los primeros seres humanos pudieron reaccionar para adaptarse a las exigencias de un entorno cambiante, y pudieron desarrollar la capacidad de identificar los peligros y evitarlos.

Por lo tanto, podemos decir que el sistema límbico está relacionado con la memoria y el aprendizaje. En esta zona está la amígdala, sede de los recuerdos emocionales  y que nos permite de dar un sentido a nuestras experiencias, porque permite reconocer las cosas que ya hemos visto y darle valor.

Por encima del sistema límbico encontramos el neocortex, que nos diferencia del resto de las especies, porque nos permite tener sentimientos, lenguaje, comprensión de símbolos, arte, cultura, civilización… Es decir, nos permite sobrevivir y darle un sentido a nuestra vida.

Relación entre pensamientos, sentimientos y emociones.

La parte de nuestro cerebro dedicada a los pensamientos se desarrolló a partir de la región emocional. Estas zonas cerebrales siguen estado muy vinculadas mediante circuitos neuronales, lo que significa que hay una relación entre pensamientos, sentimientos y emociones. Es decir, poseemos áreas cerebrales encargadas de “leer” nuestras emociones más viscerales y darles un sentido en forma de sentimiento.

La relación entre neocórtex y sistema límbico amplió el número de posibles reacciones ante los estímulos emocionales. Por ejemplo, ante el temor que lleva los animales a huir o defenderse. Los humanos podemos llevar a cabo comportamientos más completos como llamar a la policía.

El neocórtex nos permite leer, interpretar y controlar nuestras emociones. Pero tener la capacidad de controlar las emociones no significa ser racionales con nuestros sentimientos y saber las causas de todos los comportamientos.

Control emocional?

Ocurre que hay muchas emociones gestionadas desde el sistema límbico, donde el cerebro termina tomando decisiones independientemente de los lóbulos frontales, nuestro cerebro se adelanta dejándose llevar por la activación del sistema límbico, impidiendo que el neocórtex haga su labor. Esto conlleva a decir cosas que no queríamos decir, arrepintiéndonos de ellas.  Esta independencia de un sistema con otro se produce por el camino que que deciden tomar otras zonas cerebrales.

El tálamo como receptor

La parte del cerebro que recibe la información de origen sensorial es el tálamo (una estación de relevo que se comporta como un cerebro en miniatura). El tálamo se encarga de enviar esta información a otras partes del cerebro, como el neocórtex, que se ocuparía de analizar la información y crea una respuesta para la situación del momento. Para ello, utilizaría también a los lóbulos prefrontales, con la finalidad de entender bien los estímulos y enviar las señales al sistema límbico, y que ésta a su vez active el sistema hormonal a través de la vía hipotálamo-hopofisaria.

Existe una vía neuronal más corta, que va del tálamo a la amígdala, de modo que la amígdala pueda recibir señales directamente de los sentidos y pueda crear una respuesta hormonal que determina un comportamiento antes de que estas señales puedan ser leídas por los marcadores somáticos del neocortex.

El cerebro y las emociones

Cuando el cerebro comienza a funcionar en base a esa vía neuronal más corta, surgen respuestas que pueden no estar relacionadas con la situación del momento. A causa de esto, con el tiempo, la persona recuerda esta respuesta conductual propia porque recuerda la emoción que implica.

Esta misma respuesta inmediata, ha podido ayudar a los primeros seres humanos a sobrevivir hoy. Sin embargo, una respuesta impulsiva puede ser no muy adecuada, además, casi todos los recuerdos relacionados con las emociones fuertes son muy antiguos y forman parte de la memoria a largo plazo (nuestros recuerdos emocionales).

Las conexiones neuronales de los pensamientos están conectadas con las de las emociones, de hecho, cada circuito neuronal no puede funcionar independiente al otro. Es decir, los pensamientos añaden algo a las emociones (las interpretan) y las emociones añaden algo a los pensamientos (le dan el color emocional a nuestra vida).

Pero puede ocurrir que la emoción sea tan intensa que despierte una respuesta de emergencia que no utiliza la racionalidad sino la impulsividad.

Entender que en la conexión entre amígdala y neocortex se incardina la inteligencia emocional, que es un sistema de habilidades o actitudes para entender los sentimientos y gestionar las emociones con nuestros semejantes.

Cerebro emocional: Alimentación, Sistema inmune, Sueño y Estrés

Hablar de cómo estamos es hablar de un nivel de confort, como cuando conducimos el coche sin forzar las marchas y consumiendo lo mínimo posible con la máxima eficacia.

La microbiota son microorganismos (generalmente bacterias) que viven dentro de nuestro ecosistema intestinal. Hay tantas bacterias (10 elevado a 14) que representan un 3% de nuestro peso corporal.

No estamos solos, sino que nuestro cuerpo aloja una cantidad increíble de vida microscópica que adquirimos a partir del nacimiento (hay 1000 especies de bacterias con más de 7000 cepas distintas, con 15 veces más genes que los presentes en nuestro genoma que crean un DNI bacteriano propio).

Conexión emocional con el estómago

Este microbioma está relacionado con nuestras emociones. El nombre más científico del eje que las vincula se llama eje microbiota-intestino-cerebro. Se trata de un maravilloso, complejo e intrincado sistema arriba-abajo y abajo-arriba, de conexiones recíprocas desde cerebro hasta intestino y desde intestino hasta cerebro a través de hormonas, sistema inmunitario, sistema nervioso simpático y nervio vago.

Los nueve metros de nuestros intestinos están regidos por el llamado sistema entérico, una red de varios millones de neuronas que regulan la peristalsis (el tránsito intesinal) y que funcionan gracias a varios neurotransmisores, pero fundamentalmente a la serotonina (el 90% de la serotonina corporal se encuentra en la zona abdominal, no en el cerebro). Este neurotransmisor está muy implicado en las emociones y el sueño. Cuando dormimos bien y nos sentimos felices es expresión de la serotonina.

El segundo cerebro

El sistema entérico, o también llamado segundo cerebro, es aquel tubo intestinal formado por cien millones de neuronas que comunican con el cerebro, por eso la emoción es algo visceral, no se puede explicar, se interpreta en el cerebro como ansiedad, ira, culpa, etc.

El intestino tiene dos plexos, y los dos tienen millones de neuronas. El nervio vago conecta al cerebro con el sistema entérico (desde es cerebro hasta los genitales), para producir respuestas emocionales inmediatas, primero es gastrointestinal y luego con síntomas físicos como taquicardia etc.

El sistema microbiota-intestino-cerebro es lo que nos hace sentir las emociones a través del cuerpo, con una mirada de microrganismos que, indirectamente, pueden llegar a alterar la homeostasis cerebral. Todo está conectado, vísceras y cerebro, y esta conexión puede ir en dos direcciones: cerebro-intestino o intestino-cerebro.

El segundo cerebro y el sistema inmune

Como hemos dicho antes con el estrés crónico o agudo, aumentan los factores inflamatorios (citoquinas) y la flora bacteriana cambia. Sin esa gran cantidad de aliados bacterianos moriríamos.

Cuando estamos en una situación de estrés, tenemos un nivel alto de cortisol. La barrera impermeable de bacterias se deteriora y si hay contacto con la sangre, puede ser el origen de varias enfermedades autoinmunes.

Por prevenir eso, es fundamental la alimentación mediterránea, el deporte y una buena gestión del estrés a través de la inteligencia emocional (gestión de nuestras emociones).

La ansiedad y la depresión, entre otras patologías tienen su origen en un porcentaje nada desdeñable en el “segundo cerebro” y en la microbiota.

Fruta, verdura, lácteos fermentados (yogures o kéfir), entre otros, son los alimentos pre y probióticos que ayudan a crear una barrera impermeable de bacterias que recubre nuestro intestino grueso y delgado.

El estrés como barrera

El estrés, y su principal hormona vinculada, el cortisol, así como el alcohol, los antibióticos, el tabaco y el exceso de azúcar (entre otros factores) ayudan a destruir esa barrera, haciendo que algunos microorganismos patógenos pasen al torrente sanguíneo provocando una respuesta inmunitaria inflamatoria (citokinas) que llegará hasta el cerebro, modificando in extremis la cantidad de serotonina que producimos en el núcleos del rafe dorsal y ventral del troncoencéfalo.

De ahí la relación entre el “segundo cerebro” serotoninérgico presente en nuestros intestinos, la microbiota y las emociones.

Emociones: Cuándo cobran valor

Si queremos conocer la historia de las emociones, tenemos que hablar de algunos filósofos importantes. Alcmeon de Crotona, en el 500 a. C., afirmó que el cerebro era un radiador (enfriador de humores), y por tanto la sede del alma era el corazón.

Empédocles localizó en el corazón la sede del alma, Aristóteles dijo que el corazón era el lugar de las sensaciones y de la inteligencia, y en el Nuevo Testamento no se cita el cerebro sino las vísceras.

 

Si hablamos de emociones, debemos hacer referencia al gran neurocientífico Antonio Damasio, que ha vinculado las emociones al cuerpo (especialmente a las vísceras abdominales), y los sentimientos a la mente (cerebro) para interpretar dichas sensaciones. Si ponemos un ejemplo concreto para entenderlo mejor, podemos pensar en la siguiente situación:

Tengo un trabajo importante, pero un día no me apetece ir porque quiero dormir más. Lo que pasa a nivel físico y emocional es que el corazón se acelera, respiro más deprisa, mi sube el cortisol, se eleva mi presión arterial, junto con otros síntomas. El cerebro lee todas las informaciones que vienen de la zona abdominal y torácica, y lo que ocurre a nivel mental es que me siento culpable. Si no voy a trabajar puede que mi jefe me eche una bronca o que me despida. Lo que ha ocurrido son cambios gastrointestinales, viscerales, que son los orígenes de las emociones.

Lectura fisiológica de las emociones

William James dijo que la emoción tiene una lectura fisiológica, que recibe el nombre de homeostasis (Walter B. Cannon) la cual es una señal indicadora de que estamos bien, de que no pasa nada malo, y que estamos en la zona de confort.

La homeostasis es aquel estado de regulación biológica que nos hace sentir bien; no estamos bien ni mal (no nos quejamos) y que sirve para mantener el equilibrio interno en un estado estable.

Si sentimos mariposas en el estómago, por ejemplo cuando vemos a nuestra pareja de la que estamos enamorados, sentimos que pasa algo en la barriga, la sensación que percibimos es de una movilidad gastrointestinal junto con cambios neurobioquímicos y hormonales muy sutiles que son los orígenes de nuestras emociones.

Emociones como recurso evolutivo

Las emociones cobraron y siguen cobrando un papel fundamental para la evolución y supervivencia del ser humano, y no solo para nosotros, los animales también tienen emociones.

A las amebas no les gusta el frío o el calor extremo, o los ambientes demasiado ácidos o alcalinos de forma similar a los seres humanos, que escapamos del dolor y buscamos el placer.

La importancia de los marcadores somáticos

El cerebro tiene marcadores somáticos, o sea, zonas del cerebro que “leen” o informan al cerebro acerca de lo que ocurre en las vísceras abdominales a través del nervio vago, el sistema hormonal, y el sistema nervioso autónomo. Cada una de estas zonas está especializada en detectar varios tipos de emociones.

Uno de los marcadores somáticos es la corteza cingulada anterior, y un daño en esta zona provoca alexitimia, o sea ceguera para las emociones.

Cuando sentimos miedo, lo que pasa por vía cerebral es que nos enteramos de que algo pasa: se desestabiliza la homeostasis y se entera la corteza sensorial. Evaluamos el estímulo, se activa la amígdala y hay un disparo de hormonas.

Se siente la emoción del miedo y la amígdala envía una señal al hipotálamo para que se prepare a una respuesta, que es escapar, luchar o quedarse congelado.

La amígdala tiene varios núcleos y si la estimulamos, por ejemplo, durante una cirugía cerebral el paciente siente miedo. Algunas epilepsias amigdalinas tienen como correlato emocional ataques de pánico o ansiedad.

Sin embargo, una agenesia o lesión amigdalina puede cursar con una ausencia completa de miedo, lo cual es poco adaptativo.

La psicoterapia como toma de control

La psicoterapia consigue “calmar” (menor metabolismo medido mediante técnicas de neuroimagen de medicina nuclear) las amígdalas cerebrales, tomando de nuevo el control la corteza prefrontal.

Los marcadores somáticos se enteran de lo que pasa en el cuerpo a través del nervio vago.

La ínsula anterior, si es estimulada, suele provocar la emoción del asco, que puede ser asco aprendido, pero también puede ser instintivo, como cuando vemos algo sucio y asqueroso.

Esta zona cerebral contiene casi 200.000 neuronas de Von Economo, unas neuronas especiales de tipo fusiforme (alargadas como hilos), que contienen receptores para la dopamina (vinculada al orgasmo, entre otras respuestas), serotonina (felicidad y bienestar) y vasopresina (vinculada a la monogamia).

Algunas personas, cuando envejecen sufren demencias fronto-temporales que cursan con problemas de memoria y otras funciones cognitivas, pero sobre todo con alteración de la empatía (teoría de la mente) y a veces cursan con hipersexualidad y conductas antisociales y psicopáticas.

La autopsia cerebral de estas personas revela una pérdida importante de neuronas en von economo en ínsula, giro cingulado anterior y área 9 de Brodmann. Una lesión en el marcador somático como la corteza orbitofrontal puede impedir a los pacientes sentir emociones, dolor, culpa o placer.

Esta zona es la sede de la moral, de la ética, la persona pierde la empatía y no entiende a los demás. Otro marcador somático muy vinculado a la depresión mayor es la zona subgenual (área 25 de Brodmann), situada debajo de la rodilla (genu) del cuerpo calloso.

Las emociones y los recuerdos

Las emociones son fundamentales para tomar decisiones y para el proceso de aprendizaje-memoria. Los recuerdos a largo plazo los tenemos gracias a las emociones (“me acuerdo de eso porque fué un día especial, o pasó algo extraordinario”).

El sentimiento es la percepción de un estado del cuerpo interpretado por la corteza prefrontal, siendo las emociones sensaciones somáticas. Las emociones son lo que nos permite entendernos y comprender también a los demás (inteligencia emocional).

Aprender a conocer las emociones

Las emociones están muy presentes de la vida del individuo, por eso es importante aprender a conocerlas y saber cómo gestionarlas.

Porque las emociones afectan a otras habilidades humanas, como pensar, solucionar problemas o tomar decisiones.

De modo que si estamos llenos de emociones positivas, será más fácil obtener algo positivo como consecuencia de nuestros comportamientos.

Por ejemplo, dos personas con las mismas habilidades pueden tener diferentes niveles de éxitos. Eso depende de la emoción que cada uno de ellos lleva cuando actúa (uno puede aburrirte y otro emocionarte con sus actos o palabras).

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Hay relación entre las habilidades emocionales y el compromiso

“Delante de un grupo de niños de cuatro años de edad se colocó una golosina que podían comer, pero se les explicó que si esperaban veinte minutos para hacerlo, entonces conseguirían dos golosinas. Doce años después se demostró que aquellos pequeños que habían exhibido el autocontrol emocional necesario para refrenar la tentación en aras de un beneficio mayor eran más competentes socialmente, más emprendedores y más capaces de afrontar las frustraciones de la vida”.

Hay muchas pruebas de que las emociones pueden jugar un papel determinante en la vida de una persona. Por ejemplo, el optimista pone la causa de sus fracasos en algo que puede cambiar.

El pesimista se echa la culpa a sí mismo, atribuyéndola a una característica personal que no se puede cambiar.

En  un estudio sobre los vendedores de seguros se observó que los optimistas vendían un 37% más que los pesimistas.

Por eso, es bueno direccionar las emociones hasta nuestros objetivos sin perderlos de vista, porque las emociones tiene la posibilidad de dar fuerza a nuestros esfuerzos.

Conclusiones

Si no gestionamos bien las emociones, sobre todo las negativas, no podremos conseguir nuestras tareas cotidianas, como concentrarse, recordar, aprender y tomar decisiones.

En el caso de la aeronáutica, se estima que el 80% de los accidentes aéreos responde a errores del piloto. Como bien saben en los programas de entrenamiento de pilotos, muchas catástrofes se pueden evitar si se cuenta con una tripulación emocionalmente apta, que sepa comunicarse, trabajar en equipo, colaborar y controlar sus arrebatos.

En la sociedad actual sobran los líderes autoritarios. La herramienta que requiere ser líder es la persuasión hacia los trabajadores para obtener una mayor cohesión interna y más éxito,

La inteligencia emocional permite desarrollar buenas relaciones sociales.

 

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